Los partidos que soñamos cuando somos niños son muy parecidos al de ayer, al España-Italia. No me gustan los tan emocionantes, debo admitir; a mí nunca se me escapa el rival por 3-0 (como al Liverpool aquella final de Copa de Europa de hace tres años), no me torturo tanto. Pero si hay prórroga. Y calambres que derriban futbolistas como balas invisibles. Y medias bajas. Y también se llega a los penaltis y los jugadores, igual que ayer, se derrumban en el césped, rotos, suplicando que alguien les estire los gemelos, exhaustos, boqueando como peces en la cesta.
Del mismo modo, la elección de los lanzadores de los penaltis resulta una lista de condenados y sólo los porteros sueñan con su gloria; ellos se pasan la vida imaginando cosas así, por eso enloquecen. Y una tanda de penaltis de un gran campeonato, es el único momento en el que un portero tiene la ocasión de fusilar a un delantero. Muchos se retiran sin experimentar semejante placer. Casillas ya podrá contarlo. Buffon se dirigió al sorteo de los penaltis ante Casillas como si fuera a la compra, seguro de la victoria “azurra”, entre risas, el nuestro no le siguió la broma y permaneció serio. Había estado hablando con Reina, el portero suplente y un para penaltis excelente, dejándose aconsejar aún siendo el capitán. Estuvo cerca de parar todos las penas máximas italianas, se conformó con dos. Buffon, otro mito, ni las olió. Tan solo paró el penalti a un nerviosísimo Güiza.
El dios del fútbol nos ha devuelto algunas cosas que nos había hecho ser un pueblo incrédulo, ateo, llorón, miedoso. Volvemos a creer en Dios. Este Dios que nos devuelve a casa, tras las maldiciones que nos había lanzado tantos años atrás. Alcibíades, ese malvado, encarnado en Italia, seguirá unos cuantos años más en el destierro. Maldito.
ACABAN DE ESCRIBIR