En respuesta a la petición del compañero leonelreo, y confiando en que os interese. Perdonad los posibles errores, es tema de cansancio. Se lo dejo a la masa crítica…
Situémonos en la Rusia que entraba en el siglo XX. Un país inmenso, con fronteras al Oeste con Alemania y al Este con Japón!!! Era el “Centinela de Oriente”, en el sentido de que el imperio de los zares tenía encomendada la misión inmemorial de defender y expandir la Cristiandad y la Civilización (que se consideraban como lo mismo) de los bárbaros de las estepas asiáticas, del Cáucaso y, más allá, de Mongolia e incluso de Japón.
Este Centinela miraba sin embargo sistemáticamente hacia Occidente, y ello quizás porque se consideraba un hermano pobre e inculto en comparación con la Europa Occidental próspera, pacífica, civilizada, industrializada… e imperialista.
En 1904-05 el gobierno del Zar Nicolás II sufrió un revés importantísimo: se enfrentó en el Pacífico a su extraño vecino del Este, el Imperio del Sol Naciente, y fue derrotado estrepitosamente. El resultado de la guerra ruso-japonesa puso rapidámente el prestigio y la estabilidad del régimen contra las cuerdas: se oyó ruido de sables porque el Ejército, el principal sostén del Gobierno autocrático de Nicolás y su Corte, no quería salir como principal perjudicado de la crisis.
Un motín de los marineros del puerto de Odessa en 1905, reflejado de forma extraordinaria en la película El Acorazado Potemkin, fue inmediatamente acompañado de otras pequeñas revueltas en las principales ciudades de Rusia, como San Petersburgo, donde uno de los mayores líderes fue un joven judío socialista, Lev Davidovich Bronstein, más conocido como Leon Trotski.
Pero el campo ruso, cuna del 90% del total de la población que vivía en condiciones durísimas de servidumbre y sin acceso apenas a la propiedad de la tierra, apenas se movió. Su exigencia, que siempre repetirían en los años siguientes, era el reparto de la tierra a las comunidades campesinas y la desposesión de los aristócratas.
Durante los años posteriores el Gobierno del Zar trató de realizar una serie de reformas limitadas, convocando una Duma (Asamblea de Notables) como medida cuasi-cosmética. Tampoco tenía demasiado que temer de la oposición (no existía nada ni parecido a un Partido Liberal, menos todavía un Partido Agrario) como se ha visto, mientras que el Ejército conservara su fidelidad.
Pero Rusia se alió, dentro del complicado juego de la política internacional, con las potencias liberales frente a los grandes Imperios, lo que puede parecer algo antinatural. Se formó la Triple Entente (Rusia-Francia-Gran Bretaña) frente a la coalición del II Reich Alemán, el Imperio de los Habsburgo (Austria-Hungría) y posteriormente Turquía. Rusia tenía razones estratégicas para arrebatar territorios en la guerra que se acercaba a sus tres oponentes, y así restaurar su prestigio.
La Gran Guerra (Primera Guerra Mundial para la posteridad) comenzó en 1914 y los planes zaristas se vinieron abajo con rapidez. El Ejército se movilizó en números nunca vistos antes, y dirigido por aristócratas pero con una enorme masa de oficiales y soldados rasos campesinos. El tremendo esfuerzo de guerra destrozó a todos los combatientes, pero a Rusia la lanzó hacia la Revolución, gradualmente.
En Octubre de 1917 los frentes de guerra estaban estabilizados, pero los rusos habían tenido que ceder ante el terrible empuje alemán desde Polonia y estaban a la defensiva. La situación de la capital San Petersburgo, en la orilla Este del Golfo de Finlandia, era especialmente crítica, pues en cualquier momento podía ser ocupada por los alemanes.
Una huelga en la capital que acabó en revuelta general encendió la mecha definitiva. Tras tres días de lucha, el Palacio de Invierno fue tomado por una muchedumbre todavía no encuadrada ante la pasividad de un Ejército que había decidido sacrificar al Zar para hacerse con el control de la situación.
Pero el Ejército estaba en su mayoría en campaña y fuera de control; dentro del mismo se habían comenzado a formar Comités revolucionarios que esperaban el fin de la guerra, la vuelta a su país, el reparto de la tierra y un gobierno justo que acabara con el predominio de la aristocracia. Estos comités fueron llamados Soviéts.
Junto a los soviets del Ejército crecieron (“como setas en la lluvia”, se dijo) soviets de campesinos que esperaban igualmente tener alguna voz en el futuro del país y empezaron a ocupar las tierras por su cuenta.
Ese futuro del “país de los soviets” se presentaba sumamente incierto. El próximo Gobierno podía caer tan rápido como el del Zar, que ya había sido ejecutado junto con toda su familia. Una coalición de pequeños grupos comunistas (bolcheviques y mencheviques) y populistas (narodniks) instaló un Gobierno revolucionario que rápidamente tomó medidas drásticas: la primera de todas, firmar la paz con los alemanes en el Tratado de Brest-Litovsk (marzo de 1918). Un Tratado con muy duras condiciones que certificaba la derrota rusa y pérdida de territorios, pero que permitía los soldados regresar a casa.
Esta medida fue muy popular, como también la rápida confiscación de los bienes de la aristocracia y su total exclusión del poder político. La Revolución entraba en una segunda fase (1918-1921) en la que iba a tener que aguantar carros y carretas. El Gobierno debía hacerse con el control del país para que éste no se convirtiese, como parecía probable, en un inmenso conjunto de feudos militares. Pero los contrarrevolucionarios, apoyados por los vencedores de la Primera Guerra Mundial, desencadenaron una guerra civil que iba a devastar el país más de lo que ya lo estaba, entre 1918 y 1920.
Trotski como comisario de Guerra desempeñó un papel fundamental en la victoria comunista (desde 1919 se abandonó cualquier sistema electoral liberal o democrático en la nueva Unión Soviética para pasar a un régimen de partido único, el PCUS), pero el verdadero cerebro de las operaciones fue el máximo dirigente de la intelligentsia bolchevique, el intelectual marxista Vladímir Ilich Ulianov, Lenin.
A Lenin se deben las mejores obras literarias y propagandísticas de este período, y también la organización de una economía de guerra durísima para que la Rusia Roja se impusiera a la Rusia Blanca. Él fue el principal responsable de las depuraciones consiguientes, pero también de los planes de reindustrialización y reforma económica del país que comenzaron una vez terminada la Guerra Civil, en 1921.
Había dos líneas de pensamiento sobre el tema económico. La preconizada por Nikolái Bujarin, el principal consejero económico de Lenin, apostaba por un modelo de avance gradual hacia una economía mixta capitalista-socialista (no existía ni burguesía ni proletariado industrial en la URSS dignos de mención en aquel momento), previa al salto definitivo hacia la construcción de la Nueva Sociedad.
La otra línea sostenía que no habiendo capitalismo en Rusia, la Revolución debía concentrarse en construir el socialismo soviético, con la economía rígidamente controlada por el Estado, inmediatamente. El líder de esta segunda facción era el Comisario para las Nacionalidades, un georgiano llamado Jósif Vissarianovich Djugashvilli, pero que había asumido el nombre de “El Hombre de Hierro”, en ruso Stalin.
En un primer momento triunfó la primera tesis, traducida en la NEP (Nueva Política Económica) que Rusia aplicó sin demasiado éxito hasta 1926 aproximadamente. Esta línea implicaba una mayor apertura política y económica hacia el exterior, que la facción trotskista deseaba ardientemente para extender la Revolución a todo el mundo. Miraban a Alemania, a Hungría, a Checoslovaquia, países cercanos e industrializados que podían ser ganados para la Causa de la (III) Internacional.
Pero el comunismo no iba a lograr instaurarse en esta fase fuera de la URSS, a pesar de intentos socialistas de tomar el poder, entre 1919 y 1923, en países tan diferentes y alejados como España, México, Brasil o China.
Lenin sufrió además un ataque de parálisis en 1922, lo que privó a la Revolución de su indiscutible líder (moriría en 1924) y dejó una incertidumbre sobre su herencia, que habría de definirse entre los internacionalistas de Trotski y los precursores del impulso hacia un comunismo autoritario y una industrialización salvaje a costa de cualquier esfuerzo, que era la tesis del “Hombre de Hierro”.
Parece que Lenin, sorprendentemente (¿o no?) se habría inclinado en el último momento por que le sucediera Stalin. Sea como fuere, los años 1924-28 vieron una nueva situación de caos que terminó con la victoria de los estalinistas, la entronización del Nuevo Jefe, las primeras purgas que éste hizo célebres… y la huida de Trotski (asesinado en México en 1941por un agente español al servicio de la URSS) y sus partidarios, los últimos astros, por el momento, de la causa de la Revolución Mundial.
Empezaba la era estalinista, la del “Socialismo en un solo país”. La URSS con sus planes quinquenales, su férrea dirección política, sus purgas periódicas de disidentes y su culto a la personalidad, se convertía en el único modelo mundial de la Nueva Sociedad. Desde 1944, el modelo iba a triunfar y sería exportado exactamente así… contra los deseos de Stalin, al parecer.
ACABAN DE ESCRIBIR